miércoles, 22 de enero de 2014

El Diablo viste un Armani 2

EL DIABLO VISTE UN ARMANI

CAPÍTULO 1 (2/5)

Ojo por ojo


Robert empujó la maciza puerta de madera de roble y entró en el pub. En su interior había una semipenumbra, debido a que no todas las luces estaban encendidas. Los techos eran bajos, pero sin llegar a ser agobiantes. Las paredes estaban repletas de múltiples objetos de las más variadas formas, colores y temas. Desde obras de artes con imágenes paganas hasta camisetas de los Yankees firmadas por los jugadores, pasando por urnas, estatuíllas, pósters y hasta una espada láser de juguete. Al fondo se veía una gramola impoluta y brillante. Se notaba que era de las mayores atracciones del pub con una simple ojeada. El lugar era casi hogareño, un bar normal y corriente, como muchos otros en Nueva York.
Robert distinguió una gran barra de piedra. Encaramado a esta barra había un nombre corpulento, pálido y pelirrojo. Robert  lo reconoció como uno de los suyos, cosa que le alegró. A parte de ellos, no había nadie más en el pub. O al menos en esa estancia del pub. Robert empezó a dirigir su vista alrededor suya buscando puertas, pasillos o pasadizos que pudieran conducirle a otras estancias. Observó tres puertas. Dos de ellas las identificó rápidamente como las de los baños, pero la tercera tenía una frase grabada...

-Hola, ¿puedo ayudarte?

La potente voz del camarero sacó a Robert de su observación. Dirigió su mirada al camarero. Su rostro parecía agradable, casi amigable. Tenía una sonrisa puesta en la cara, pero sus ojos contrastaban con esta imagen afable. Eran profundos y grises. Estos ojos hacían que la sangre de Robert se congelará y que su valentía desapareciera. Estos ojos reflejaban rabia, dolor y malhumor. Pero también reflejaban algo que dejó a Robert desconcertado. Reflejaban burla.

-Si, la verdad es que podrías...- respondió Robert -. Me dijeron que este local es frecuentado por alguien que hace cosas. Cosas que nadie más haría. Y yo... bueno, yo quiero... quiero algo.

La voz de Robert temblaba incontrolablemente. El camarero le ponía de los nervios. Era un hombre realmente inquietante. En ese momento asaltó a la cabeza de Robert una idea. ¿Y si era el camarero la persona a la que buscaba?

-El hombre que buscas está aquí- respondió el camarero sacando a Robert de sus ensoñaciones otra vez.

-¿Es usted?- pregunta Robert.

-No, claro que no- la expresión del camarero se relajó un tanto, su sonrisa se ensanchó y su mirada se endulzó -. El hombre que buscas está detrás de esa puerta- dijo señalando a la puerta de la inscripción -, puedes visitarlo ahora, no está reunido. Pero antes de entrar ten en cuenta que nada en este mundo es gratis, y los precios que pone este hombre a sus favores no son conocidos por su valor monetario. Él no necesita dinero, ten en cuenta eso. Él no es como nosotros, no vive en la armonía y no busca la paz en su vida. Él busca cosas muy distintas, y si haces un pacto con él, tu vida no volverá a ser la de una persona normal. 

Después de este discurso, el camarero se volcó en la limpieza de una barra que estaba impoluta y en la colocación de unos vasos que estaban perfectamente ordenados. Robert, a quién las dudas habían asaltado mucho antes de llegar al pub, mucho antes de entrar en él y mucho antes de ver los profundos pozos grises que el camarero tenía por ojos, no vaciló al dirigirse hacia la puerta. La charla del camarero lo había enardecido de una forma inexplicable. Los ojos del camarero habían producido en Robert el efecto contrario al que deberían haber producido y Robert no dudó al acercarse a la puerta de roble. Miró por última vez al robusto camarero irlandés, y este le devolvió la mirada. Sin embargo, Robert ya no encontró en los profundos ojos del camarero rabia, dolor, malhumor o burla. Todos estos sentimientos habían sido encubiertos, tapados, ensombrecidos, enmascarados. Todos estos sentimientos ya no se reflejaban con tanta intensidad en su mirada. En su lugar brillaba con una intensidad inusitada un sentimiento que Robert no creía que el camarero pudiera experimentar. En los ojos del camarero se reflejaba un profunda tristeza. Una tristeza que se podía interpretar como pena, la pena más honda que Robert había podido observar jamás. Y estaba seguro de que esta pena había sido provocada por él.
No obstante, esto no frenó en absoluto a Robert, que, con más determinación que antes si cabe, empujó la puerta. En la puerta se observaba la siguiente inscripción:

DEVIL'S GATE


2 comentarios: