viernes, 24 de enero de 2014

El Diablo viste un Armani 4

EL DIABLO VISTE UN ARMANI

CAPÍTULO 1 (4/5)

Ojo por ojo

-Este es el documento que va a imponer las cláusulas de nuestro pacto. Yo haré tus deseos realidad, y a cambio tú haces algo por mi. Yo te proporcionaré los medios para hacerlo, y te prometo que no habrá represalias legales. Esto que hago es un acto de bondad y confianza, compañero. Y te advierto que si traicionas alguna de estas dos cosas sufrirás. Más de lo que va a sufrir tu jefe, te lo puedo asegurar. Y quiero que sepas algo, compañero. Soy un hombre de palabra.

La mirada del Diablo se clavó en Robert con una fuerza sobrehumana. Casi lo paralizó. Esos ojos azules y esa cara exenta de cualquier sentimiento pasional atraparon al irlandés. Cuando el hombre del Armani desvió la vista Robert pudo observar el contrato. En este se disponía que se garantizaba la protección del que iba a realizar la tarea, así como los medios para llevarla a cabo, y que a cambio se realizarían los deseos del que iba a realizar la tarea. 

-¿Cuál es mi tarea? 

-Tu problema es gordo, así que tu tarea también lo es. La verdad es que tengo un cliente que necesita urgentemente un par de ojos. He seleccionado la víctima, una mujer de mediana edad y solo tienes que ir a su casa y recoger la mercancía. 

El mundo se cayó sobre Robert. ¿Tenía que arrancarle los ojos a alguien? Sabía que los favores del Diablo tendrían sus consecuencias, pero estas le parecían tremendamente desmesuradas. No se veía capaz para nada. Mientras el chico pensaba, el Diablo hablaba. Pero no podía hacerle caso. Su mente estaba demasiado ocupada en otros asuntos. Los pasos de un hombre lo sacaron de su ensoñación. Se abrió una puerta lateral y apareció un hombre alto y robusto por ella.

-Oh, Christian, ya estas aquí. Lleva a nuestro cliente a recoger el pedido, por favor. ¿Tienes alguna pregunta?

Los ojos del Diablo se fijaron en Robert. En realidad, no había hecho caso a nada de lo que el Diablo había dicho, pero respondió con un rotundo no. El hombre que tenía delante no le parecía la clase de hombre que repetía las cosas dos veces. 

-Perfecto, entonces sigue a Christian, él te llevará a la casa. ¿Quieres algo de tu jefe? ¿Algún objeto de valor o algo por el estilo?

-Quiero su corazón- respondió Robert.

Y entonces sucedió algo que al irlandés le pareció mucho más inaudito que todo lo que le acababa de pasar. El Diablo estalló en una gran carcajada. Tenia una risa limpia y musical, una pena que no la luciera tanto como debía, la verdad. Cuando su ataque de risa acabó dijo lo siguiente:

-Supongo que se puede conseguir, no es algo difícil para nada. Vete, cuando me traigas mi mercancía yo enviaré a mis hombres a por la tuya. Recuerda, la casa se llama Wiggin's Summer House. Mucha suerte.

Y con estas palabras, Christian abandonó la sala y Robert hizo lo propio. Atravesaron unos corredores hasta un garaje. Se subieron al coche y abandonaron el pub. El coche se mantuvo en silencio todo el viaje. Robert aún estaba asimilando lo que debía hacer. Lo cuál era una ventaja, cuanto menos pensara en ello más fácil le sería hacerlo. El viaje duró unos 20 minutos, durante los cuales nadie dijo nada. Robert pensó. Y entonces salió su lado frío y calculador a relucir. Se convenció de que era lo necesario para su propio bien. Se convenció de que el sacrificio de la mujer de la que obtendría la mercancía era imprescindible para que su ascenso no se detuviera. Y su ascenso no podía detenerse. Su vida debía ir siempre hacia arriba. Esos minutos en el coche fueron los últimos minutos en los que Robert reflejó algo de humanidad. Y también fueron los últimos minutos de su vida. A partir de entonces su vida, tal y como la conocía cambiaría drásticamente. Una sombra negra se cerniría sobre el alma del irlandés. Y eso era algo que ya no se podría remediar. Los últimos minutos de la vida del joven estuvieron acompañados de una gran angustia por lo que iba a hacer y acabaron cuando Christian paró el coche y le dio un sobre. En el sobre había diversos utensilios para realizar su tarea. También había una cuerda, se supone que para maniatar a su víctima.Y lo más demoledor. Una pistola con una sola bala. Para apagar el sufrimiento, supuso el muchacho.

-Hemos llegado- anunció el conductor.

Y en efecto, en un cartel enorme colocado en el portón de una gran casa de piedra se podía leer lo siguiente: 



Wiggin's Summer House

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