domingo, 16 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 6

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 6

SOLO


Mis pasos repiqueteaban sobre el suelo de cemento del puerto.
Supongo que esos pasos tienen un significado muy distinto para el asesino y para el que va a ser asesinado. Para mí significaban ir acercándome un poco más a la vida. A sentirme vivo de nuevo. Ese tipo de vida que había experimentado hacía 4 años en los bosques de Mondariz y que estaba a punto de experimentar ahora de nuevo.
Estaba seguro de que la volvería a experimentar. Lo sabía con certeza.
Y él también. 
Notaba que para él mis pasos tenían un significado radicalmente opuesto. Si a mi me acercaban a la vida, a él le alejaban.
Yo lo sabía y él también. 
Sus horas estaban contadas. 

-¿Crees que esa es manera de dirigirte a un superior? -preguntó.

Bien, me conocía. Albergaba algunas dudas, pero supongo que mi fama era bastante amplia.

-Exacto -respondí-. Esa no es manera de dirigirse a un superior. Deberías guardar mucho más respeto hacia mi figura y menos a tu asquerosa, sucia, avara y fachendosa persona. Me repugnas. Para mi no eres más que un estorbo para la sociedad. No estas ni a la altura de las ratas con las que investigo. Y si a ellas no les guardo demasiado respeto, a ti tampoco debería. 
>> 10 años. Llevas 10 años ganando más o menos 1 millón de euros al mes gracias al increíble trabajo de tu padre y, sin embargo, nunca diste nada a nadie más que a ti y a los tuyos. 
>> 10 años. 10 años en los que has explotado los proyectos que tu padre llevó a cabo y nunca has pensado en ayudar a alguien que esté en la misma condición en las que estaba tu bendito padre.
>> 10 años. En 10 años y con todo el dinero que tienes podías haber cambiado totalmente la vida de miles de familias. Podías haber transformado la sociedad. La podías haber cambiado al completo. Pero no. Decidiste enriquecerte y vivir del trabajo de tu padre. Muy bien, no sé por qué hago esto y créeme cuando te digo que nada de lo que digas va a cambiar tu futuro más inmediato, pero te doy la oportunidad de que te expliques. Explícame por qué decidiste hacer lo que hiciste. Explícamelo bien, para que pueda llegar a entender lo que motiva a un hombre a ser como tú.

Mi caminar lento me había llevado a situarme justo al lado de él.
Nuestras narices casi chocaban unas con otras. Mi aliento iba a parar a su cara. Mi mirada se fijaba en la de él con fuerza. Y sabía que él iba a morir.
Y mi mente estaba tranquila.

-Para que unos pocos puedan tener el poder muchos han de renegar de él.

Esperé. De verdad creí que iba a continuar. Sin embargo se calló.
Y esas fueron sus últimas palabras.
Creo que eran las palabras perfectas para ser las últimas de un hombre como él. Unas palabras repulsivas de un hombre repulsivo.

Y nos fuimos quedando solos. 
El mar, el cielo, ese hombre y yo. 
Nos robaron las estrellas y el viento. 
Y nos fuimos quedando solos. 
El mar, el cielo, ese hombre y yo.

-Unas últimas palabras realmente decepcionantes. Pero tú eres decepcionante, al fin y al cabo. No espero que entiendas lo que va a pasar. Y créeme cuando te digo que va a pasar. Ya no puedes evitarlo. Simplemente te diré que te odio. Y cuando odio algo se forman demonios en mi interior. Unos demonios oscuros que en ningún caso quiero que desaparezcan. ¿Y sabes que hago con ellos?

Le tapé la boca para que no pronunciará ninguna palabra y esperé a que negara con la cabeza. Cuando lo hizo proseguí.

-Los escondo. Los escondo con celo. Lo curioso es que es muy difícil encontrar un lugar donde esconder todos los demonios que me produces tú. Demonios negros, negrísimos. Casi tan negros como el espectacular panorama que tenemos hoy. Un bonito panorama para morir. Un panorama precioso, ciertamente. Pero el caso no es ése. El caso es que he encontrado el sitio donde esconder "tus" demonios. ¿Sabes dónde?

Otra negación con la cabeza. 

Una respiración suya.

Una respiración mía.

La tensión aumentaba a pasos agigantados.

Notaba later su corazón y el mío y sabía que uno de los dos dejaría pronto de later.

En ese momento puente me di cuenta de que las estrellas habían desaparecido, así como la Luna. Sin embargo, prevalecía una luz.

Era la luz de un pequeño faro.

Era un pequeño faro con una pequeña luz que parecía enorme habida a cuenta la enorme oscuridad del cielo que nos rodeaba. 

Y esa luz era verde.

Esa luz verde anunciaba un futuro orgiástico para mí. El mismo futuro que vaticinaba al señor Gatsby. 

Un destello. 

Otro destello. 

Otro destello. 

Un último destello. 

Una pausa. 

Y vuelta a empezar.

Mientras miraba ese faro sabía muy bien lo que hacer. Miré una última vez el pequeño gran destello y fijé mi vista en la del hombre que tenía tan cerca. 

-En ti.

Y le clavé mi navaja.
Primero en el diafragma para que no pudiera respirar.
Luego en los el estómago, para que sufriera. Lo senté en la barandilla del puerto.
Lo vi desangrarse y proseguí. 
Le rasgué los bolsillos, le robé la cartera y la tiré al mar. 
Luego, le quité la chaqueta. 
Y luego la camisa. 
Dejé su torso desnudo en frente de mi, como si de un lienzo se tratara, y empecé a escribir. 
Escribí con mi navaja en todo su torso una sola frase. 


Para que muchos alcancen algo de poder, unos pocos poderosos deben morir.


Después de eso, cogí mi navaja y se la introduje en la boca.
Tiré y rasgué su piel hacia arriba. 
Volví a hacerlo por el otro lado.
Una sonrisa.
Una sonrisa ancha y sangrienta.
La última sonrisa que este hombre esbozaría.
Una sonrisa porque por una vez había contribuido a mejorar nuestra sociedad. 

El hombre ya estaba muerto. 
No había duda.
Posiblemente había muerto cuando le agujereé el diafragma, quien sabe.
Pero yo notaba ahora que había muerto.
Lo notaba por qué sentí que me había quedado solo.
Limpié mi navaja y me fui.

Y me fui quedando solo.
Sin el mar, sin el cielo, sin el hombre.
Solo.

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