lunes, 17 de marzo de 2014

Si los muertos hablasen... 9

SI LOS MUERTOS HABLASEN...

CAPÍTULO 9

SOBRE LA MUERTE DE JAY


- ¿Qué has hecho? -gritó Adolf furioso-. ¡Asesino! ¡Desgraciado!

Se acercó a John y justo cuando iba a golpearle Alex le paró.

- ¿Qué haces? ¿No ves que él lo ha matado? ¡Maldito bastardo!

- No, no fui yo -gimoteó John.

- ¿Quién fue entonces? -preguntó Adolf.

- No lo sé.

John se hecho a llorar en ese momento.

- Vamos a llevar a Jay hasta el salón y allí esperaremos a que John se tranquilice para que nos pueda contar que es lo que pasó -dijo Alex.

Adolf y Alex llevaron el cuerpo inerte de Jay hasta el pórtico y los entaron en un banco. Luego volvieron a por John, que no se había movido, y le ayudaron a ir hasta el pórtico. 

Entonces entraron en el recibidor y dejaron a Jay en un banco que allí había. Sentaron a John en otro y esperaron a que se tranquilizara un tanto. Cuando dejó de llorar, Alex le preguntó.

- ¿Qué es lo que ha pasado?

- Yo estaba aquí con Jay -empezó John con un tono de voz bajo pero notablemente más sereno que antes-. Entonces sentí la necesidad de ir al baño y me excuse. Fueron sólo unos tres minutos a lo sumo y a Jay no pareció importarle -su tono empezó a volverse más inseguro y titubeante-. Cúando volví, Jay no estaba aquí. Lo llamé para comprobar si había salido al pórtico a tomar el fresco o algo por el estilo. No obtuve respuesta. Entonces... salí al patio con la linterna y... -rompió a llorar-. Y lo encontré.

Alex y Adolf se callaron durante unos segundos y entonces Adolf saltó sobre John y empezó a golpearlo. John no podía ofrecer resistencia alguna ante la gran mole alemana que estaba atacándole. Alex intentó sacar a Adolf de encima de John y, después de numerosos esfuerzos, consiguió inmovilizarle un brazo y apartarlo un tanto del médico. Antes de que volviera al ataque, gritó a Adolf:

- Adolf, ¡¿qué haces?! ¡Él no ha sido!

- ¿De verdad crees a este sucio hipócrita asesino? ¡Está mintiendo! ¡Tuvo que ser él!

- Adolf, la sangre...

Adolf no entendió el mensaje a la primera, pero después de unos segundos su rostros se iluminó y pareció entenderlo. Se llevó al mano a la cara y, con una expresión de total perplejidad en su rostro, se apartó de John y se quedó sentado en una esquina de la estancia. 
Su perplejidad se tornó en asombro y luego en el terror más absoluto. Se quedó sumido en una especie de letargo y parecía que nada de lo que pasaba a su alrededor le afectaba lo más mínimo. 

- ¿Qué... qué sangre? -preguntó John.

Alex tomó aire y le realtó los acontecimientos sucedidos en su inspección del desván. Luego concluyó:

- No sé si tu has matado a Jay, pero es imposible que tu hayas escrito ese mensaje. La sangre del techo era muy fresca y tus gritos sonaron poco después de que nosotros descubrieramos el mensaje. 

- Yo no he sido -dijo John, que parecía haberse recuperado de su shock-. Yo no maté a Jay. ¡Os lo juró!

- Ahora no podemos pensar en eso. Vayamos al salón y pensemos en como descubrir quién fue el que escribió ese mensaje en el techo. El que lo hiciera tiene que ser también el asesino, y esa sangre tiene que ser la de Jay. Adolf, vámonos.

Adolf se sobresaltó un tanto y, sin cambiar su expresión, se levantó y ayudo a Alex a transportar el cadáver. Cuando entraron en el salón, el cadáver de Jay se les cayó de las manos. 
El sofá estaba vacío. 
El cadáver de Richard no estaba allí.

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